
Yo procrastino. Sí, es algo parecido a vivir en pecado. Yo procrastino, tu procrastinas, él procrastina, nosotros procrastinamos… Ellos no procrastinan. Se bajaron una app que los tiene al máximo de la producción y el éxito en la vida… sí, tal vez esas palabras sean las de una procrastinadora resentida con los éxitos de los demás.
¿Qué es procrastinar? Básicamente es posponer o demorar la realización de tareas importantes, a pesar de tener los recursos y el tiempo suficiente y necesario para hacerlo. Lo dice la maldita Inteligencia Artificial ni bien se escribe la palabra en el buscador de Google. La Real Academia de la Lengua Española es tal vez más escueta, pero por lo mismo más filosófica. Explica con una generalidad pasmosa que procrastinar (que no PROCASTINAR, manga de ignorantes) significa llanamente “diferir, aplazar”, y que su etimología nos retrotrae al latín y a la idea de “dejar para mañana” lo que, tal vez, se podría hacer hoy. Pienso en Scarlett O´Hara, personaje increíble de la novela de EPOCA “Lo que el viento se llevó” (sí, en la que había esclavos en Estados Unidos, y no por eso no es una obra maestra de la literatura y por supuesto del cine, manga de canceladores seriales sin un gramo de contexto histórico) con su consabida “Ya lo pensaré mañana. Mañana será otro día”. Evidentemente, una procrastinadora… o tal vez un genio de la capacidad de diferir para pensar con mayor claridad. No lo sé. Mientras pasan los meses y no puedo escribir prácticamente nada me pregunto en qué vereda mental me encuentro. El tiempo se apelmaza en una bitácora (y una cabeza) vacía. La realidad de tener mañanas a disposición son un bálsamo ante la ansiedad de generar YA y un veneno que me sume en la desesperación de ver cómo los días pasan y las manos aún están vacías y las hojas en blanco. La salud no me ha estado ayudando (sobre la salud hablaremos en otro post) y el horóscopo chino me mete presión porque se supone que éste va a ser, finalmente, un mejor año para el Gallo, que viene teniendo años medio de mierda.
Los miles de gurúes en todas sus formas (libros de mejor y peor calidad, influencers vía Instagram que “invitan” a encontrar la verdadera receta del éxito y la producción, el fin de la procrastinación y una vida de placer y éxito, los dioses del podcast que aprovechan cuanto nicho encuentran de gente desesperada, entre los que me incluyo en este selecto grupo de casi desahuciados, los tik-tokers que en treinta segundos te tiran el TIP mega solucionador de tu parálisis productiva) te alientan a salir del pozo procrastinador porque “está en tus manos”, “porque con estos simples pasos…” “porque la vida está hecha para los ganadores…” y algunos etcéteras más que no recuerdo. Les agradezco la buena onda, pero lo único que vienen haciendo es enrostrarme lo perdedora que resulto ser por continuar procrastinando, cosa que, en la más rotunda de las realidades, odio hacer y quiero dejar de hacerlo. La verdad es que ya no les creo nada, ni sus intenciones, ni su pasado procrastinador reconvertido en éxito fulgurante, ni lo bien que voy a estar si pago el cursito consabido para dejar de lado el pecado capital de la productividad. Acá al procrastinador lo vamos a ayudar gratis… hasta que le encontremos la veta, obviamente.
Y mientras tanto, los proyectos pensados para este año duermen el sueño de los justos: no he podido publicar mi libro; no he podido terminar mi otro libro: no he podido empezar el tercer libro que tenía en carpeta de ideas; no he escrito el blog que se suponía que al menos iba a ser semanal, y no he grabado los podcasts sobre cultura y de todo un poco que ya había programado con varios temas… PROCRASTINO aunque me levante temprano, les haga la leche a las gorditas, las peine, las ayude en la escuela, les prepare la comida, las bañe, las lleve a sus actividades semanales, les lea a la noche y hasta juegue con ellas. PROCRASTINO, aunque lave los platos, el baño, la ropa, haga las compras y cocine cada comida. PROCRASTINO, aunque haya tenido una neumonía que me dejó de cama, el stress me haya consumido y conviva (con diagnóstico recién nacido, pero vaya a saber desde hace cuándo lo vengo padeciendo) con una enfermedad autoinmune, de esas con las que se debe lidiar toda la vida. PROCRASTINO, aunque no quiera, aunque intente organizar mi día, aunque haga lo imposible por encontrar un espacio y un segundo para mí (que no sea en el baño…), aunque le pida ayuda a mi marido que también procrastina mientras lucha con lo suyo propio. Ya sé que saldrá alguno a decirme que una familia es un equipo y toda la chorrera de frases de libros de autoayuda. Gracias. Lo sabemos. Hacemos lo que podemos. Pero al final del día, o en la hora de la siesta y luego de estar haciendo mil cosas, ponerse a pensar en no procrastinar cuando uno lo único que quiere es descansar un poco antes de que comience el vértigo, se hace un poco peliagudo, diría el Martín Fierro (quien seguro procrastinaría, entre mate y mate…)
Dicho esto, quiero que sepan los tal vez cuatro pobres santos que me leen, que estoy escribiendo, que haré lo que me he propuesto y que, parafraseando al gran Almafuerte (no la banda de rock, hagan el favor…) “no me daré por vencida ni aún vencida”.
Seguiremos hablando de procrastinar, de escribir, de Historia, de literatura, y de cómo conseguir que mi hija más chiquita no se escape a la hora de desenredarse el pelo… En fin…